Hace tiempo que no hacía tanto frío en mi querido Monterrey. La temperatura bajó, pero no así el ánimo de la gente que tuvo un día espectacular, diferente pero completamente necesario.

La ciudad se tranquilizó, descansó, volvió a respirar. Nos «olvidamos» un poco de las balaceras, muertes y sicarios. Fue un ejercicio interesante para la estabildiad emocional el poder alejarnos un poquito de la rutina y el ajetreo constante para entrar a realmente gozar de una tarde con hojuelas de nieve, aire frío pero un pretexto perfecto para pasarla con la familia, repartir abrazos, compartir un chocolate caliente, escribir una carta, ver una película o alguna de esas cosas que nos parecen raras cuando el clima es normal.

Hace algún tiempo un guía espiritual me hablaba sobre la importancia de disfrutar el viaje. Mientras fui avanzando en mi proceso no sólo me pareció una idea positiva, sino al mismo tiempo un llamado a todos los seres humanos que desean conectarse con su felicidad. El éxito, el dinero, la felicidad, el amor, no son una meta a donde hay que llegar, sino un camino para ir sintiendo cada pisada.

Disfrutar el viaje es ver menos el reloj y sentir más. Disfrutar el viaje es ser más que aparentar. Acompañar y hacerse presente más que sólo estar. Disfrutar el viaje es hacer locuras, romper límites, tener gestos de amor. Disfrutar el viaje es poder sentarse frente a la ventana y agradecer la oportunidad de observar la nieve que cae en el camino.
Al menos esta semana disfruta el viaje y cuéntame qué es lo que pasa.

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