En realidad, las cosas no muestran nada; son las personas, quienes mirando hacia las cosas, descubren la manera de penetrar en el Alma del Mundo. -Paulo Coelho

Hablando de peras y manzanas, me acordé cómo una pera es diferente a la manzana, como cada cual tiene lo suyo. Una más roja, otra más verde. Una más redonda, otra más ovalada. Una más jugosa, una con más semillas, otra más dulce; en fin, las diferencias son muchas. Pero cuando uno está en una frutería, tiene el poder de elegir peras o manzanas.

Puede tomar las dos, pero siempre terminará por comerse una primero. No significa que una sea mejor o peor que la otra. Cada una tiene sus respectivas características, sus cualidades y defectos, sus formas, colores, texturas y sabores.

La diferencia de elección no sólo radica en la fruta, sino en cada uno de nosotros, ya que por nuestra respectiva historia, creencias, pensamientos o gustos podemos escoger una de la otra. Ni la pera está bien, ni la manzana está mal.

El ser humano es igual. Cada uno tiene sus propias virtudes y lados no tan buenos. Compararnos es la forma más rápida de aniquilar nuestra alma, porque jamás podrá estar tranquila al siempre ir en búsqueda de lo que nos falta, de lo que el otro tiene.

Somos lo que hemos querido ser. Somos quienes nos hemos atrevido a ser. La diferencia de las frutas y los seres humanos, es que la manzana no decide ser más roja o más redonda o más dulce.

El ser humano sí tiene la oportunidad de transformarse, de crecer, de potencializar sus cualidades, no para que los demás estén contentos, sino para que nosotros seamos congruentes con lo que somos y estamos llamados a ser.

Gracias a Dios, no somos ni peras ni manzanas, somos HUMANOS. ¿No crees? Nos leemos la siguiente.

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