Todos fuimos hechos para volar, para darnos cuenta de nuestro increíble potencial como seres humanos. Pero en lugar de hacer eso, nos posamos en nuestras ramas, aferrados a las cosas que nos resultan familiares. Las posibilidades son infinitas pero, para la mayoría de nosotros, permanecen sin ser descubiertas. -Isha

¿Qué es ser verdaderamente libre? ¿Cómo encontrar ese espacio profundo de paz y tranquilidad, en donde todo resulta perfecto, todo es para nuestro bien? ¿Por qué a veces nos enganchamos con las historias y miedos del pasado? ¿Por qué no soltamos esas lozas pesadas que no nos dejan avanzar? ¿Será que fuimos creados para caminar en el fango? ¿Es esa la naturaleza del hombre o una consecuencia de nuestras telarañas mentales?

Estoy escribiendo desde el aeropuerto. Lugar que se ha convertido en mi segundo hogar sobre todo en estas últimas semanas, gracias a una emocionante gira para mujeres vendedoras de toda la República. No he parado de tomar avión tras avión, de quedarme observando en las diversas terminales cómo se entrelazan las historias y los personajes. Como muchos van, muchos llegan. Han sido días realmente enriquecedores. Estar en este lugar representa toda una metáfora y espejo de nuestra vida.

Cada sujeto que camina por aquí tiene un origen y un destino. Algunos vuelan por órdenes del jefe, otros por cuestión laboral o de descanso, pero hay unos cuantos que lo hacen simplemente para reencontrarse con ellos mismos, para crecer, para inspirarse y así seguir andando en este mundo con otra visión.

Lo importante en un viajero no es el destino, sino el querer y hacer el viaje. Lo que realmente trasciende es lo que aprende en esa nueva aventura. Desde luego que implica una decisión, además de pagar el boleto y armar un plan: Hay que atreverse a dejar la comodidad del hogar, lo calientito de las sábanas y el ajuste perfecto de la almohada que no tiene ningún hotel, el café de las mañanas, el abrazo de la esposa, la rutina y el horario.

Estoy consciente que algunas personas realmente detestan viajar. Probablemente porque no tienen muy buena relación con estos cambios de planes, horarios, camas o comidas; o tal vez porque piensan que el avión es una arma altamente peligrosa y en donde su vida está en la cuerda floja de manera constante. Algunos otros, claro está, no pueden salir de su círculo geográfico por cuestiones económicas. Sea lo que sea, el mensaje es claro: Hay quienes viajan y disfrutan, hay otros que sólo se suben al transporte y hay otros que se quedan a observar.

Al respecto, cuentan una historia:

Había una vez un rey que recibió como regalo dos magníficos halcones de Arabia. Eran halcones peregrinos, las aves más hermosas que se hayan visto jamás. El rey entregó las preciosas aves al maestro de cetrería para que las entrenara.

Pasaron los meses y un día el maestro de cetrería informó al rey que uno de los halcones estaba volando majestuosamente, planeando alto en los cielos, pero el otro halcón no se había movido de su rama desde el día que llegó.

El rey convocó a curanderos y hechiceros de todas las tierras para atender al halcón, pero ninguno pudo hacer que el ave volara. Luego le presentó la tarea a los miembros de su corte. Sin embargo, al día siguiente, el rey vio a través de la ventana del palacio que el ave no se movía de su percha.

Habiéndolo intentado todo, el rey pensó: “Tal vez necesito a alguien que esté más familiarizado con la vida del campo para que entienda la naturaleza del problema”. Entonces le dijo a su corte.

– Vayan a buscar al granjero. A la mañana siguiente el rey se emocionó al ver al halcón volando muy alto sobre los jardines del palacio y le dijo a su corte:

– Tráiganme al hacedor del milagro.

La corte rápidamente localizó al granjero, quien vino ante el rey. Éste le preguntó:
– ¿Qué hiciste para que el halcón volara?

Con reverencia, el grajero le dijo al rey:
– Fue fácil, majestad. Simplemente corté la rama.

¿Conoces gente así? ¿Gente paralizada como estatua que no vive realmente por no querer tomar decisiones, por no arriesgarse?

En algunos casos, existe la oportunidad de que una llamada de atención de Dios, un gesto de amor, un accidente, el perderlo todo o un ángel que aparece de pronto, puedan ayudarte a cortar la rama. Pero desafortunadamente, en la mayoría de los casos no sucede así, y de pronto se te va la vida y te das cuenta todo lo que has dejado por no querer soltarte.

Hace algunos meses me encontraba dando una Conferencia Vivencial en una reconocida universidad del país, cuando una de las maestras asistentes se acercó al final del evento, en la sesión de convivencia y abrazos con el público, para compartirme la lamentable noticia de que su hermano estaba muriendo lentamente, debido al cáncer que le había sido detectado hace algunas semanas; desafortunadamente el diagnóstico médico no había llegado a tiempo y estaba muy grave.

“El pudo haber volado muy lejos, pero prefirió caminar, irse por lo normal y si no tuvo una vida dramática, si hoy podría escribir una historia indiferente y con escenas de soledad. Me da tristeza tan sólo verle a los ojos, saber lo que pudo haber sido y experimentado, y que ahora ya no hay forma de regresar la historia, ya no es ni podrá ser”, me dijo la maestra con voz entrecortada.

Todavía resuenan en mi cabeza esas palabras. Y más porque es una “coincidencia” que desde hace más de diez años me toca conocer y escuchar en ciudades de todo tipo, color y sabor, con personas muy diferentes pero con ese factor denominador que termina por aniquilar todas las aspiraciones, las buenas intenciones o los deseos de una vida extraordinaria: El miedo a ir más allá, de volar, de cortar la rama.

Este fenómeno ya ni siquiera depende del tipo de educación recibida, la religión, la cultura o la capacidad económica. Le pega a todos, literalmente a todos aquellos que, se privan tanto de vivir, de sentir, de experimentar para evitar exponerse y sufrir, que terminan sufriendo más, mucho más que antes de ponerse esas cadenas. Es como aquella mujer que se queja amargamente del porqué todos los hombres son iguales, que termina rechazando cualquier relación por ese mismo miedo, pero al paso del tiempo se vuelve a quejar amargamente el porqué está sola. Es entrar a un círculo vicioso que gracias a nuestras creencias parece imposible de cerrar.

Nos da miedo volar, porque hacerlo implica una responsabilidad y compromiso. Cuando volamos sabemos que somos los únicos dueños de nuestras decisiones. Ya no podemos echarle la culpa a la relación pasada, al jefe prepotente, a la mamá sobreprotectora o a la situación del país. Nos da miedo volar porque sabemos que al hacerlo cortaremos de tajo la vida anterior, esa historia que nos hacía sentir tan “cómodos” y tan “seguros”.

Nos da miedo volar, porque implica que muchas personas hablarán de nosotros, para bien y para mal. Representa que dejarás muchas personas a tu paso, algunas de ellas que probablemente conocías de toda la vida.

Nos da miedo volar porque no es lo que hace la gente normal, no es lo que te enseñan en casa ni en la universidad. “Lo aparentemente normal”, es encajar en la sociedad, seguir las conductas, normas, y prototipos de la mayoría.

Algunas de las razones por lo cual la gente se envuelve en este sistema de vida nada positivo y deja de tener resultados:

-Indiferencia: El pensar que todo es y seguirá siempre igual.
-Mediocridad: ¿Para qué ser mejor si así con esto ya más o menos vivo?
-Dependencia: Si fulanito me acompaña…Si Sutanita también lo hace…Si me amas…
-Miedo al futuro: ¿Y si me vuelven a traicionar? ¿Y si pierdo lo que tengo ahora? Mejor me quedó aquí. “Más vale malo por conocido que bueno por conocer”.
-Inseguridad: Lo más seguro es que me vaya mal. No creo tener tanta suerte.
-Ego: El querer ir más allá y volar significa que no estabas en el mejor lugar que tú pensabas. Definitivamente es un golpe duro y a la cabeza para tu ego, pero bajo un enfoque puramente racional, bastante primitivo.

Los demás, la sociedad, la pareja, los padres: En resumen, todos aquellos que andan por la calle y hasta aquellos que te aman, pero que piensan que lo que ellos creen es lo mejor para ti. Son todas las personas que te dicen “no te esfuerces” “no pierdas tu dignidad” “no te cambies de ciudad” “sigue como siempre, así estás bien”. Y que aunque tú sabes perfectamente que todo ese ruido mental no es verdadero para tu vida y ni siquiera te ayuda, te lo terminas creyendo por comodidad.

Uno de los libros que llegó hace poco a mi vida y agradezco infinitamente la sincronía para que esto sucediera, es de la autora australiana Isha, quien ha propagado de forma terrenal y práctica, el estado de libertad espiritual. En su libro (que es un deber leer si compartes nuestra filosofía) que precisamente lleva por título “¿Por qué caminar si puedes volar?” (en donde aparece también la historia de los dos halcones) habla sobre diversas facetas que nos ayudan a quitarnos ataduras y dejar de reprimirnos para ir a encontrarnos con lo que realmente deseamos. La primera de ellas es Abrazar el momento presente, y precisamente está basada en cortar la rama o como lo he mencionado en mis Conferencias y Seminarios, saltar la barda.

Cuando saltas la barda, encuentras realmente lo más emocionante de la vida, que desde hace mucho tiempo te estaba esperando. Cuando haces las paces con tu espíritu y con tu corazón, cuando realmente te perdonas y perdonas, cuando sanas, es justo ahí cuando desaparecen los rencores, las creencias negativas y el autoboicot. Es cuando te das cuenta, que el miedo a volar no te llevará a ningún lado más que a una indiferencia constante y a una vida descolorida.

¿Por qué no renunciar a la empresa y montar un negocio propio? ¿Por qué no hacer lo que más nos gusta para pasar más tiempo con la familia? ¿Por qué no tomar un mes de descanso, viajando sin destino? ¿Por qué no ir al cine solo? ¿Por qué no amar y dejarse amar? ¿Por qué no escribir ese libro, crear ese proyecto o saludar al desconocido? ¿Por qué no dejamos de caminar y comenzamos a volar?

Para vivir “de verdad”, intensamente, hay que correr riesgos. Quedarnos estáticos no resulta nada productivo y sí muy tedioso. Si por temor a caernos, no subimos a la bicicleta jamás aprenderemos lo que eso significa. Si todo el tiempo nos estuvieran cargando en la arena por miedo a ensuciarnos los pies, nunca conoceríamos el mar.

Es tiempo de despertar, de quitarse la venda de los ojos. Es momento para subirse al avión y volar. Regálate la oportunidad de decir SÍ, y de esta forma poder encontrarte con la vida que realmente deseas, basada en el amor, la paz, la abundancia y la felicidad.

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