“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad que olvidamos lo único importante: vivir.”
-Robert Louis Stevenson

“Los occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el tiempo”
-Proverbio árabe

¡Lo necesito para ayer! ¡Requiero ganar dinero de inmediato! ¡Ya quiero dejar de sentir esto! ¡Me urge salir de esta crisis! ¡Apúrate que llegamos tarde! ¡Quiero olvidarlo lo más pronto posible!

¿Te has escuchado diciendo eso?

Queremos soluciones rápidas, recetas mágicas o resultados inmediatos. Ya sea bajar de peso, tener un cuerpo envidiable, comprar una casa, obtener un aumento, escribir un libro, ser millonario, encontrar u olvidar a la pareja, o que Dios nos escuche y nos cumpla el milagrito. Creemos que entre más urgencia tengamos más rápido llegará lo que aparentemente nos hace felices.

¿Será que así funciona la vida?

Aunque nos han vendido esa idea, cada día me queda más claro que desafortunadamente (aquí es el momento en donde la esperanza SÍ muere), la respuesta es NO. La vida no funciona de esa manera.

¿Por qué?

Primero, porque la prisa no es sólo un hábito tóxico causante del estrés. Es también una manifestación del ego, que nunca nos deja en paz.

Lo visualizo como un ruido estruendoso taladrando nuestra mente en todo momento, acompañado de una voz que nos ordena: “Acumula ya, consigue ya, obtén ya, haz ya”, con la falsa promesa de que “entre más tengas o más hagas, más feliz serás”.

Y segundo, porque la felicidad no es un acto de urgencia sino de disfrute. No conozco a una persona que me pueda decir: “me siento en paz, pleno y realizado en la medida de la prisa con la que viva”.

La prisa es un asesino silencioso, que sin darnos cuenta, va entrando poco a poco a nuestra casa, hasta adueñarse de cosas tan cotidianas como la forma en la que comemos, en como vestimos, trabajamos y hasta en como nos relacionamos con las personas que queremos.

Así nos educaron, nuestros padres lo absorbieron también de nuestros abuelos. Somos una generación, mencionaba Joachim de Posada en base al experimento que se realizó en la Universidad de Stanford, que busca comerse el “malvavisco” lo más pronto posible.

El problema de la inmediatez es que nos autogeneramos un alto grado de frustración por no tener lo que queremos cuando lo queremos y también nos disminuye nuestra capacidad de disfrute. Es un martirio vivir así. Precisamente por estar en búsqueda del placer instantáneo y pasajero, que nos impide gozar del presente.

En mis conferencias explico la prisa con la metáfora del buffet en un restaurante. Te paras, te sirves unas cuantas cosas, te sientas y comienzas a comer, pero en lugar de disfrutar lo que tienes en el plato, mientras comes ya estás pensando en el platillo que ya no te cabía o que te faltó probar.

Confieso que a mí también me sucedió. Recuerdo que hace algunos años, terminaba un evento y ya estaba pensando en el que sigue. No disfrutaba ni el que acababa de finalizar ni el que venía después. Algunos dirán que es bueno porque te enfocas más, pero la verdad es que esa urgencia de querer vivir lo que todavía no sucede o de obtener lo que todavía no llega, te desconecta de quien eres realmente.

Soy viajero frecuente. Gran parte de mi tiempo la paso en aviones para trasladarme a las distintas ciudades en donde comparto mis conferencias y seminarios. Los aeropuertos me parecen sumamente interesantes. Los imagino como laboratorios gigantes en donde podemos observar todo tipo de comportamientos.

Si existe un común denominador en cualquier aeropuerto es justo la prisa. Ahí hay prisa por abrazar al ser querido para despedirse. Prisa porque te atiendan rápido en la documentación. Prisa por pasar el filtro de seguridad. Prisa por encontrar algo de comer y por comer lo más pronto posible. Prisa por llegar a la sala. Prisa por subirse al avión (como si regalaran algo a los primeros que se suben). Prisa por llegar al destino. Prisa por bajarse del avión y hasta prisa por regresar a casa.

¡Nada más de escribirlo y leerlo me cansé!

¿Verdad que es desgastante vivir bajo esa actitud del ego de: dame lo que quiero AHORA?

Por eso quiero compartirte cuatro remedios lentos para andar más ligero, para soltar y para confiar más. (Te advierto que si vives con demasiada prisa, ni los leas, porque no te van a gustar)

  1. Aprender a esperar: Sí, tal cual. La paciencia es todo un arte. Las buenas cosas toman su tiempo, o como siempre digo: las flores no crecen estirándolas. Hay veces que la vida nos lleva a caminos inciertos, en donde la luz se ve muy a lo lejos. Hay que tener fe en que si damos lo mejor de nosotros y abrimos los brazos para recibir todo el aprendizaje de nuestros triunfos y caídas, tarde o temprano todo se acomodará a nuestro favor. ¿Cuántas veces por haber esperado, recibiste algo mucho mejor después?
  2. Celebrar los pequeños logros: Algo muy, pero muy, liberador es soltar la obsesión y el control por lograr algo extraordinario que impacte al mundo. No te digo que no tengas sueños. Pero en la mayoría de las entrevistas a personas exitosas coinciden en que al principio ellos solo se dedicaron a hacer lo que deseaban, entregando su alma y corazón, pero disfrutando el proceso, paso a paso. Se divertían poniendo bloque tras bloque. Y esa acumulación de ladrillos, fue lo que dio paso a su gran obra, y no al revés. Disfruta el viaje y no el destino. Celebra cada uno de tus “pequeños” logros, aunque no sea la meta final. Eso te impulsará para continuar.
  3. Considera un plan B: Te voy a decir algo que a mí me ayuda mucho: Las cosas no siempre van a salir como tú quieres que salgan. Y eso puede ser lo más maravilloso que te puede pasar, porque así como pueden no salir tan bien, pueden salir mucho mejor de lo que esperabas. En los aeropuertos también vivo mucho esto, sobre todo cuando hay demoras en los vuelos. Muchas veces gracias a esos retrasos, he conocido personas maravillosas. Por eso siempre hay que tomar en cuenta el PLAN B. Eso nos ayuda a revalorar y reorientar las estrategias. Si te aferras a la prisa de que eso que buscas llegue de inmediato, ni siquiera tendrás la mente para darte cuenta que no es la única forma en la que lo puedes lograr. Recuerda, siempre hay otra opción. Confía en el proceso.
  4. La estrategia del tomate: Un viejo y sabio maestro me enseñó una valiosa técnica para disfrutar el momento y dejar la inmediatez de lado. Es la que le he llamado “la estrategia del tomate”. La idea es tomar uno de los alimentos antes de comerlo, y observarlo detenidamente por un minuto. Sentir su textura, percibir su aroma. En otras palabras: vivirlo y no ingerirlo en automático. Y no te preocupes, puedes cambiarlo por una zanahoria, una manzana o una lechuga, lo que quieras. Al principio te podrá costar o parecer un poco desesperante, pero créeme, es toda una experiencia de atención plena que es importante llevarla a otras áreas de nuestra vida.

Recuerda, “la calma es oro” y la vida es “poco a poco”. Quita tu pie del acelerador y descubre cómo la paciencia, la confianza en el proceso y el aprovechar cada instante, pueden ser tus mejores aliados en el desarrollo de tu mejor versión.

P.D. Suelo escribir rápido pero este artículo decidí hacerlo despacio, sin prisas. ¿Y qué crees? Lo disfruté más. Espero que tú también lo hayas hecho al leerlo.

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