“¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas? Si son inútiles para tu vida, inútil es también aguardarlas. Si son necesarias, ellas vendrán y vendrán a tiempo”.
-Amado Nervo

“La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces”.
-Proverbio persa

¿Por qué tanta prisa? ¿Quién nos está persiguiendo? ¿Cuál es la necesidad de correr sin saber ni siquiera a dónde ir? ¿En qué momento nos convertimos en correcaminos y nos olvidamos de que también es importante disfrutar el viaje? ¿Por qué engancharnos con la idea de que debemos de tener y de lograr TODO lo más rápido posible?

Hace poco platicaba con el reclutador de una empresa farmacéutica. Me externaba su sorpresa, al ver cómo ahora, muchos jóvenes que entrevistaba, tenían en su mente el puesto de director, vicepresidente, CEO o lo más alto que existiera en la organización. Claro, con muy poca o nula experiencia laboral.

Según me contaba, a quienes aplicaban, les daba pereza siquiera pensar en la posibilidad de comenzar en la compañía con un crecimiento orgánico, poco a poco, en base a sus resultados y desempeño. No. Ellos querían ser “los jefes de jefes”, desde el primer día.

Mientras platicaba con esta persona, hacíamos alusión a que nosotros (los de más de treinta) no estamos tan alejados de esa forma de pensar, de querer todo “rápido y sin esfuerzo alguno”, solo que la manifestamos en diferentes áreas de nuestra vida:

¿Quién de nosotros no ha comprado ese remedio o ha seguido esa dieta INMEDIATA para bajar de peso?

¿Quién no ha terminado una relación, y dentro de pocos meses ya está buscando la siguiente?

¿Quién no ha querido correr un maratón, cuando lleva tan solo un par de semanas preparándose?

¿Quién no ha pedido un aumento tan sólo porque sí?

¿Quién no ha decretado abundancia y prosperidad, esperando que con eso, al siguiente día, se le llenen sus bolsillos?

¿Quién no ha querido “arreglar” su matrimonio en unos cuantos días?

Estamos en una época, en donde muchos quieren poner los ingredientes del pastel y que éste se cocine en un tronar de dedos. Ni los hornos ni la vida funcionan de esa manera.

Parece algo ilógico, pero así actuamos, así nos movemos.

A este “rarísimo” problema de impaciencia, que casi no se da… (mmm), de querer las cosas a la “de ya”, lo he llamado: el “Efecto tragamonedas”.

Te lo explico de la siguiente manera:

Imagina que alguien tiene alguna dificultad económica, y en lugar de buscar oportunidades laborales o de emprender algún nuevo negocio, decide viajar a las Vegas o visitar a algún casino de su ciudad. Comienza a jugar en estas máquinas tragamonedas creyendo que con unos cuantos centavos, ganará al instante el acumulado de miles de dólares, y de esa forma todo su asunto estará resuelto.

Si en algún momento has estado en ese tipo de lugares, habrás notado que algunos le pegan, le soban o hasta le rezan a la máquina. Existen incluso unos cuantos que, ponen todos sus ahorros en manos de la diosa fortuna para ver si sucede el “milagrito”. Pero no, no pasa nada.

¿Te imaginas vivir siempre con la ansiedad de querer obtener dinero rápido, a costa de lo que sea?

Bueno, pareciera que así viven muchas personas. No sólo en el ámbito económico, sino también físico, laboral, emocional, espiritual, social.

El asunto de esta cultura de la inmediatez y de la impaciencia, es el enorme grado de frustración al no ver los resultados esperados, justo cuando uno quiere. Es sentirse derrotado cada vez que la ruleta de la vida no le pega al número elegido. Los golpes suelen ser muy duros.

Nos hemos olvidado, de que las cosas buenas, llevan su tiempo, su siembra y su cosecha. Todo llega, pero hay que saber esperar. Como un buen cocinero que espera “el punto exacto” de todo lo que prepara.

¿Conoces la metáfora del bambú chino?

En tan solo un mes, un bambú puede crecer incluso treinta y dos metros. Durante esos treinta días lo puedes cortar y cortar, y de cualquier manera, seguirá creciendo. Pero para que eso suceda, tarda siete años de preparación, en donde se enraíza fuertemente a la tierra.

Ya me imagino a uno que otro sembrador desesperado, que en los primeros meses diga: “Bah, esto no sirve, es un fraude. Mi bambú nunca creció”. Pasa el tiempo y un día al asomarse a la casa de su vecino, que sí espero lo suficiente, descubre que él sí tiene bambús sanos y fuertes. Y con un tono un poco envidioso se queje diciendo: “Este ha tenido mucha suerte”.

¿Cuántos no conocemos así?

No creo en la suerte. Tampoco en que la vida sea fácil o difícil. Más bien, creo en que todo es un proceso, y que a cada uno, nos toca el que corresponde experimentar y aprender.

El crecimiento del ser humano es un ejemplo de ello. La espera se muestra desde la gestación.

Un ser humano TARDA aproximadamente nueve meses para nacer. No concibo a una madre exigiéndole al doctor que a los dos meses le practique la cesárea porque ya quiere ver a su hijo.

No. Simplemente, un bebé va creciendo, poco a poco con el tiempo; bajo el suave toque de un reloj biológico, artesanalmente diseñado y sincronizado.

¿Ves que todo es perfecto?

Pero, ¡ah no!, nos aferramos a los resultados rápidos con el menor esfuerzo posible. Terminamos relaciones de pareja que ni siquiera habíamos iniciado. Nos desesperamos por no ver las recompensas. Si no funciona rápido, tíralo. Si no resulta tal y como lo pensabas, desiste. Si no lo logras en pocos días, abandónalo.

La verdad es que todo lleva su tiempo. No importa si quieres montar un nuevo negocio, escribir un libro, ser director en tu empresa, convertirte en un atleta de alto rendimiento o construir una casa.

Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto ESPERAR, al momento de buscar algo que deseamos?

Porque creemos que, si no lo tenemos de forma inmediata, ya nunca lo encontraremos. Sentimos (porque tal cual, proviene de una emoción más que de un razonamiento concienzudo) que no tenemos tiempo. Que hay que correr.

Es como aquella vieja pero relevante investigación, que hiciera famosa el recién fallecido Joachim de Posada de “No te comas el marshmallow todavía”:

“La respuesta reside en un crucial estudio de la Universidad de Stanford. Se dejó solos un grupo de niños en un habitación, cada uno con un marshmallow, y se les dijo que podían escoger comérselo enseguida o al cabo de quince minutos, pero a los que esperaran se les recompensaría con un marshmallow adicional. Algunos se comieron su marshmallow al instante. Otros esperaron. Pero la verdadera importancia del estudio se reveló quince años más tarde, cuando los investigadores descubrieron que los niños que esperaron para obtener la recompensa se habían convertido en adultos más exitosos que los niños que habían engullido sus marshmallows inmediatamente”.

¿Cuántos prefieren quedarse con un malvavisco y devorarlo al instante, por no querer saborear la amarga espera y se pierden de dulces recompensas?

La vida misma es un proceso de aprendizaje constante, de calma, de introspección, de sentarse, de replantear las cosas. De empezar de nuevo, una y otra vez.

¿Te cuento algo personal? Este año ha sido uno de los más retadores pero al mismo tiempo más significativos de mi vida. Ha estado lleno de colores, cambios y momentos de transformación. La palabra que más ha resonado dentro de mí es: PACIENCIA.

Por tal razón, decidí escribirte sobre este tema.

Durante esta etapa he logrado reafirmar que la paciencia nunca ha estado peleada con la labor constante, con la pasión ni con la disciplina. Más bien, es una aliada perfecta, para que las cosas fluyan en ritmo y en espacio.

He aplicado algunas cosas de trabajo personal, para ser un poco más bambú y menos tragamonedas, y me han funcionado.

Te las comparto:

1) Respira y busca momentos de silencio absoluto.
2) Obsérvate frecuentemente, sin juicios.
3) Pregúntate: ¿Qué te está diciendo tu prisa? ¿Por qué tanta obsesión con eso que quieres? ¿Qué hueco sigue vacío, que necesitas llenar con “eso”? ¿Realmente “eso” es lo que deseas o tienes algún otro motivo externo? ¿Qué sería lo peor que podría pasar si eso que tanto quieres, no lo logras o no lo obtienes HOY?.
4) Comprende que el EGO no es un buen aliado. Siempre te lleva a competir y a compararte.
5) No corras, mejor da pequeños pasos.
6) No dejes de sembrar, aunque al principio no veas la cosecha.
7) Recuerda: una mala cosecha no significa una mala vida.
8) La caída es importante. Es en la crisis en donde te redefines, te reinventas y te rediseñas.
9) Agradece las caídas. También pasan cosas muy buenas cuando te caes.
10) De vez en cuando, ríndete. En el buen sentido de la palabra. No quieras jugar a ser Dios. Permite que las cosas fluyan y que el río tome su cauce.
11) No pelees ni fuerces ni te dañes por lograr eso que quieres.
12) Tus objetivos son importantes, pero no te definen.
13) Está bien no hacer nada, cuando no sabes qué hacer.
14) Escribe la meta y guardarla en un cajón.
15) Disfruta el viaje, no el destino.

Quédate con la filosofía del crecimiento del bambú y descarta la idea de vivir bajo el efecto tragamonedas. Lo primero da paz y serenidad, lo segundo desgasta y te quita energía.

Y ya verás, cómo siendo paciente, TODO se dará en el tiempo perfecto.

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