¿Conoces a personas que andan por la vida con un escudo protector o escondidas en su caparazón? La mayoría de ellas han vivido alguna experiencia previa de dolor, traición o engaño. O probablemente alguien que sí lo ha experimentado les ha contado su historia y ellas la hicieron propia, y por lo tanto les da miedo sacar o exponer su verdadero yo.
Lo más interesante es que vivir así no les exhime de que vuelvan a pasar por un evento similar o peor e incluso les hace perder muchas oportunidades. El miedo atrae siempre lo negativo.
Así le pasó a María. Una paciente que estuvo en sesiones de coaching emocional con un servidor y que su principal problema ni siquiera estaba localizado en su momento presente. De hecho, podría asegurar que estaba pasando por una muy buena etapa en su vida, pero no la disfrutaba como quería por todavía estar anclada al pasado, sobre todo a todos aquellos que aparentemente le hicieron daño. Parecería que tuviera una lista interminable de personas que alguna vez hicieron algo «en su contra».
Las referencias que tenía María sobre los hombres no eran del todo buenas; había pasado por experiencias no gratas con diversas parejas y sobre todo con su padre. El resultado de eso que vivió fue el estar siempre a la defensiva, de mal humor, dudando de todo y bloqueando cualquier bendición que pudiera llegar.
Cuando empecé a «escarbar» junto con ella lo que había experimentado, llegamos a la conclusión de que era cuestión de lenguaje. Ella afirmaba que todos los hombres que pasaban por su vida le hacían daño. Y cuando le demostré que en realidad NADIE TE HACE DAÑO, todo empezó a cambiar. Sí, por una simple frase.
Y es justo lo que te quiero compartir esta semana. De verdad, nadie te hace daño, nadie te lastima, nadie te ROBA tu felicidad. Narraba Viktor Frankl en su libro «El hombre en busca de sentido» que justo cuando estaba en un campo de concentración nazi le podían arrebatar todo, hasta la vida, excepto una cosa: la elección de nuestro propio camino.
En este sendero de sanación constante llamado vida todo se vuelve más ligero cuando entendemos que nadie nos hace daño, sino que nosotros con nuestras creencias, expectativas e interpretaciones generamos estados emocionales negativos.
Esto no justifica las acciones del otro, ni los golpes, ni el maltrato, ni su injusticia, pero sí al menos nos da la posibilidad de elegir con qué personas queremos estar y de qué forma ir aprendiendo con el paso de las experiencias, para cortar algún patrón concreto como lo tenía María con hombres que se aprovechaban de ella. Es decir, en nosotros está empoderarnos en vez de otorgarle el poder de nuestra vida a otras personas.
Tenemos la enorme y poderosa libertad para elegir a quién confiar, con quién estar, con quién compartir. Hay muchas personas allá «afuera» de tu caparazón, esperando algo positivo de tu vida. No generalices pensando que todos están buscando cómo dañarte. Mejor afirma que mereces lo mejor, genera pensamientos positivos y ve aprendiendo en el camino. El poder de cómo sentirte no está en el otro, está en ti. Y de cualquier manera, te aseguro que se vive mejor, adelante de cualquier escudo.
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