“Si te caes te levanto, y si no, me acuesto contigo”. -Julio Cortázar
Es imposible andar por la vida sin tropezarse. Ya sea por obstáculos que de pronto aparecen, o por los que siempre observamos pero nunca atendimos o simplemente por algunos que nosotros mismos nos colocamos.
Pero sí. Caer duele. Y duele tanto, que uno cree que muchas de estas caídas no tienen ningún sentido ni propósito. Sobre todo porque al principio estamos cegados por el mismo ardor que el golpe nos provocó.
Caer duele, más cuando creíamos que el sendero era plano. Caer duele cuando confiábamos en la mano que nos acompañaba y de pronto nos soltó. Caer duele cuando los sueños cambiaron y las prioridades tuvieron que modificarse. Caer duele cuando alguien nos dio una noticia negativa e inesperada que nos dejó helados.
Caer duele cuando pusimos todo el corazón en algo, y las cosas no salieron como esperábamos. Cuando apostamos la vida y el resultado fue desastroso.
Caer duele.
Y cuando caemos no solo duele la caída, sino también encontrarnos con nuestra fragilidad. Cuando nos sentimos débiles para seguir caminando. Ni siquiera para dar un paso más. Cuando, tal vez, somos blanco de críticas o de risas burlonas. Cuando nos convertimos en nuestros peores jueces.
Nos duele nuestra vulnerabilidad. Nos reprochamos por qué nuestros pies no tomaron la precaución adecuada. O por qué no vimos a tiempo que ya no se podía seguir caminando o que, tal vez, nunca se pudo avanzar. Porque no pusimos la mirada en el objetivo adecuado. Nos duele nuestra propia existencia. Porque tal vez no hemos podido lograr ser quienes somos o quienes nos propusimos. Porque, tal vez, ahora ya todo tendrá que ser diferente.
Nos duele todo y nos cala hasta los huesos. Hasta nos sentimos rotos.
Pero, detrás de cada caída, también hay un mundo de regalos. Posibilidades. Aprendizajes. Bendiciones. Lecciones. Oportunidades.
Cada quien le llamará como desee, pero demostrado está que después de una caída, por más estrepitosa que esta sea, hay un cúmulo de cosas buenas.
Esto no elimina el dolor. Ni tampoco quiere decir que esquivemos lo que sentimos. Ni mucho menos que ignoremos nuestras heridas ni tapemos nuestras emociones. Pero no podemos dejar de lado los dones que trae consigo el viento intempestivo.
¿Cuántas historias de dolor nos han inspirado y maravillado?
Por eso, si te caes, insisto en que me invites a acompañarte, pero sobre todo a que compartas conmigo algo de lo que has aprendido. Que seguramente para mí también será útil, valioso y muy práctico para mi propia vida.
Invítame para descubrir tu grandeza en la aparente pequeñez que sientes en estos momentos. Invítame para descubrir tus colores en estos grises que tanto nublan tu vista. Invítame para toparme con tu corazón que se va forjando como el oro en el crisol. Invítame para conocer más de ti y de tus pasos. Para saber por dónde ir, por dónde andar, por dónde dar la vuelta.
*Tomado del libro «Si te caes, me invitas» de David Montalvo. Consíguelo en www.sitecaesmeinvitas.com
Hola David , que buen comentario que nos ayuda a no sentirnos mal y recordar que estos momentos malos o buenos son parte de la vida y que si, también pasarán. Un abrazo desde la Ciudad de México
Así es Carlos. Ninguna crisis es para siempre. Un fuerte abrazo y espero que todo esté bien contigo y tu familia en CDMX.