«Este siglo necesita desesperadamente legiones de personas dispuestas a dar el paso y a vivir por un gran propósito, personas que sepan cómo hacer elecciones sabias y que puedan hacer que cada día sea importante».
-Chris Lowney
«Existe un miedo que todos tenemos: Miedo a evaporarnos. Miedo a que nadie note que alguna vez pasamos por aquí».
-Dante Gebel
Tenía 17 años y quería comerme al mundo de una sola mordida. Sentía que me estaba quedando corto… muy corto con lo que se esperaba de mí. La pregunta era: ¿Quién se esperaba qué cosa? No lo sé. Pareciera ser que había recibido un llamado personal, en un sobre sellado por Dios, con instrucciones precisas para hacer una gran obra y que toda una multitud estaba esperando para juzgar su cumplimiento. Ya que si no lo hacía, estaba condenado al fracaso.
Una noche fría de invierno, después de un fuerte momento de reflexión personal que me llevó hasta las lágrimas pensé en aquella frase de Thomas de Kempis, misma que me había topado tan sólo unos días antes en un pequeño librito: “Tú, hombre, ¿dónde estás cuando no estás contigo?”. Realmente me cuestioné dónde estaba si ni siquiera sabía a dónde quería ir.
¿Te ha sucedido? Imagino que sí.
Me hice otra pregunta que taladró mi mente en ese momento y que a algunos he compartido en mis conferencias:
“¿Qué pasaría si hoy fuera el último día de mi vida?” Y mi respuesta fue tajante: NADA.
Sí… en pocas palabras y de forma concreta: NADA. Claro, probablemente me llorarían mis familiares, me extrañaría mi novia de aquel tiempo, algunos amigos sentirían mi ausencia, dirían cosas halagadoras pero nada más. Y mi respuesta no era consecuencia de una baja autoestima; de corazón sentía que estaba pasando por el mundo como un número más, como un desconocido. Y no sólo lo vivía en carne propia, sino en el reflejo de mucha gente que se la pasaba fingiendo ser alguien, pero con el mismo vacío.
Pasaron los años, y poco a poco entendí que no se trata de demostrar nada a nadie. Que no hay instrucciones precisas porque siempre es diferente y damos muchas vueltas. Que no puedo hacer muchos planes porque Dios se carcajea. Que tampoco es atrabancarse para comerse al mundo de un bocado. Que nadie se espera nada de mí, porque no vengo a cumplir las expectativas de los demás. Que tampoco importa e interesa que todos estén de acuerdo en lo que hago, que todos me echen porras, me feliciten o me critiquen. No vengo a este mundo a ser la estrella sensación pero sí… definitivamente SÍ…llego para ser el protagonista de mi vida.
Comprendí de forma profunda, al conectarme con mi esencia y entender muchas señales, que todos tenemos una misión encomendada, dentro de ese Plan Perfecto y Divino. También supe que vine a este mundo para confiar, creer, dejarme llevar y transmitir un mensaje positivo de felicidad y de esperanza. No supe si hablando, escribiendo o escuchando. Dando conferencias, talleres o clases. En una montaña, en una aula o en un hotel. En el radio, en la televisión o en el internet. Con una o miles de personas. Las formas podrán, han sido y seguirán siendo muy diversas; pero al menos me enamoré de la idea de no dejar al mundo igual que como me tocó.
Y a partir de ese momento, al menos por responsabilidad con el Universo y conmigo mismo renuncié a ser una persona invisible. No con el afán de tener status o buena reputación, mucho menos de brillar o ser notado por otros, (que por cierto es el típico pretexto de mucha gente para permanecer en la obscuridad) sino para iluminar mi propia vida y de esta manera compartir algo bueno con los demás.
En días pasados me topé con una estadística que me sorprendió. El 74% de los empleados de este país no están contentos en su trabajo (Fuente: trabajando.com). No supe si reír o llorar. Pero si entendí porque tanta gente se la pasa quejándose de los demás en lugar de hacerse responsable de ellos mismos. Me gustaría saber también cuántas mujeres no están contentas con su matrimonio, cuántos hombres no están felices por la pareja que tienen. Vaya que la estadística también sería alta.
Existen muchos muertos en vida. Muchos invisibles. Muestran cara afligida, los hombros caídos, la mirada desviada. Los he visto andar por las calles, detenerse para observar cómo se les pasa el tiempo. Personas que se enredan en la monotonía.
Algunos otros aunque también van muriendo, lo despistan fingiendo de maravilla (de estos son los que más abundan): los observas en el ajetreo constante, múltiples actividades, con buenas oportunidades, sonrisa aparente en el rostro, buscan dinero, relaciones superficiales, caminos que no llevan a ningún lado. Llegan a sus casas antes de dormir, se ven en el espejo y reciben la noticia de que no son felices, que están solos y que realmente la balanza está más inclinada al dolor, al rencor y a la envidia que al amor.
Usan frases como: “Estoy vivo y ya es ganancia” “Hago lo que tengo que hacer” “¿Acaso hay otra forma de vivir?” “No puedo dejar el trabajo aunque sufra porque no hay empleo para nadie” “Mis jefes son los que enriquecen sus bolsillos” “Si quiero cambiar, pero me gana mi ego” “Para qué decirle que la amo si ya lo sabe” “Piensa mal y acertarás” “No seas dramático ni exagerado, no me voy a morir mañana” “Estoy con mi pareja por mera compañía”, etc.
Un invisible es una persona sin aspiraciones, sin sueños; ni siquiera se ha detenido para conocer el para qué de sus vidas. No la puedes observar porque no transmite luz, se apaga o en el mejor de los casos es intermitente. Y cuando te das cuenta de su presencia, no te agrada sentirla, mucho menos si está dentro de ti. Pero ahí está, opacando lentamente el espíritu.
Muchos hemos estado a punto de esfumarnos en algún momento de nuestra vida. Esa invisibilidad surgió desde que nos alejamos de ese niño interior, de su valentía, de su arrojo, de sus ganas por crear un mundo como él imaginaba. Cuando nos dejamos de amar. Cuando alguien nos dijo que no se podía, que todo iba a seguir siendo igual, que no valía la pena compartir nuestra luz, que nos iban a lastimar, que mucha gente nos voltearía la cara; y tantos y tantos juicios que nos borraron la memoria y el color de nuestro corazón; y así muchos han ido evaporándose lentamente, como un sujeto más en la lista del mundo.
¿Te sientes invisible? ¿Estás cansado de sentirte así?
¿Qué pasaría si esa niña o ese niño que algún momento fuiste, se acerca contigo hoy con una sonrisa en los labios o con un gesto de esperanza? ¿Qué ilusiones te pediría que se hicieran realidad? ¿Qué has dejado de hacer, que sabes que realmente amas y llena tu corazón?
Vuelve a creer, vuelve a enamorarte de tu misión. No seas indiferente ni desidioso. No aplaces lo que realmente sabes que forma parte de tu corazón. Dios no te ha olvidado. Eres importante en este mundo. Sigue existiendo luz escondida dentro de ti, sólo tienes que dejarla salir. Hay gente que está con la vela en sus manos, esperando a que se las compartas. No es brillar para que los demás te juzguen o para sentirte el salvador, sino simple y sencillamente por la increíble aventura de dar amor; para dejar al mundo diferente a como te tocó: Para sanar este planeta.
La vida es breve. Vívela intensamente, corre el riesgo, ilumina tu vida y sé quien estás llamado a ser.